Se cumplen 46 años de la Noche de los Lápices
Un grupo de jóvenes estudiantes secundarios fue secuestrado durante la última dictadura militar, por conseguir el boleto estudiantil. Solo cuatro sobrevivieron.
La "Noche de los Lápices" es la frase con la que se identifica a uno de los hechos más emblemáticos de la dictadura militar en Argentina. El 16 de septiembre de 1976, un grupo de tareas del Ejército, junto a la Policía Bonaerense, secuestró y asesinó a un grupo de estudiantes secundarios de la ciudad de La Plata.
Los jóvenes tenían entre 14 y 17 años. Un año antes, iniciaron una campaña para implementar el boleto estudiantil secundario. Lo consiguieron y la iniciativa fue un hecho.
Sin embargo, en agosto de 1976, el gobierno militar suspendió el boleto. Identificó a los jóvenes que participaron del reclamo y, al mes siguiente, los secuestró. En el operativo participó el jefe de la Policía bonaerense, Ramón Camps -quien fue indultado por Carlos Menem- y su mano derecha, Miguel Etchecolatz, fallecido en la cárcel, en 2022.
Por qué "La Noche de los Lápices"
El 16 de septiembre, secuestraron a Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro. Al día siguiente, le tocó a Emilce Moler y Patricia Miranda. El 8, a Gustavo Calotti y, el 21, a Pablo Díaz.
Todos los jóvenes fueron llevados al centro clandestino de detención conocido como el Pozo de Arana o "El Campito", en La Plata. Este lugar integró el "Circuito Camps", que estaba integrado por 29 centros manejados por el jefe de la Policía.
Luego de los episodios de tortura, los estudiantes fueron trasladados a diferentes lugares de la provincia de Buenos Aires: pasaron por el pozo de Banfield y por el de Quilmes. También por la Jefatura de la Policía de la Provincia, las comisarías 5°, 8° y 9° de La Plata y 3° de Valentín Alsina. Solo cuatro de los detenidos fueron liberados entre 1978 y 1980: Emilce Moler, Patricia Miranda y Pablo Díaz.
La elección de la frase "La Noche de los Lápices" para recordar los secuestros y asesinatos no es ni poética ni azarosa, sino un juego simbólico: así se titulaba un documento de inteligencia de la Policía involucrada en el caso, en donde se describen los operativos y todos los pasos que había que seguir en el cautiverio y tortura de los jóvenes, que eran "integrantes de un potencial semillero subversivo".
El tiempo pasó y, como en un juego revanchista, fue tomado para resignificar la lucha por los Derechos Humanos. Para ellos, "los lápices siguen escribiendo".